IA-58 Pucará en Malvinas : encuentro con el enemigo - 21 de mayo de 1982
El 21 de mayo, temprano por la mañana, los integrantes de
las escuadrillas del Grupo 3 de Ataque compuesta por aviones IA-58 Pucará, se
hallaban listos para despegar desde la rudimentaria pista de tierra de Prado
del Ganso. Su misión: buscar y derribar helicópteros enemigos y atacar un
puesto de observación en Lafonia desde donde tropas infiltradas orientaban a la
artillería naval y el fuego aéreo.
Cuatro aviones armados con cohetes FFAR 2,75 aguardaban la
orden de despegue en la pista, el matrícula A-531 el mando del capitán Jorge
Benítez, el A-509 al del teniente Néstor Brest, el A-533 con el teniente Juan
Micheloud en los comandos, y el A-511 del mayor Carlos A. Tomba, quienes
partirían en dos secciones (Benítez/Brest, Tomba/Micheloud), bajo el indicativo
“Tigre”.
El día anterior el capitán Ricardo A. Grunert y el teniente
Horacio R. A. Calderón habían efectuado un vuelo de reconocimiento ofensivo
bajo el indicativo “Grito” y el 19, otros seis aparatos habían hecho lo propio
en misión similar bajo la designación “Patria”.
Lo cierto es que hasta ese día, muy poco habían hecho los
Pucará contra el enemigo, salvo vuelos de observación y patrulla o traslados de
un aeródromo a otro para evitar ser alcanzados por el fuego británico.
Tras el ataque comando a la isla Borbón, el escuadrón había
quedado sensiblemente reducido y afectado y por esa razón, el alto mando
argentino dispuso el envío desde el continente, de otros cuatro aparatos, para
reforzarlo. Los aviones cruzaron desde Santa Cruz a las 14.43 (17.43Z), bajo el
indicativo “Poker”, al mando del vicecomodoro Saúl Costa (que llevaba
instrucciones de asistir a Pedrozo), con el teniente Gustavo Lema, el primer
teniente Juan L. Micheloud y el alférez Carlos Díaz completando la formación.
Guiados por un Mitsubishi MU-2B 60 que se desplazaba a unos
10.000 metros de altura, llegaron a las islas a vuelo rasante y aterrizaron
directamente en Prado del Ganso, sin hacer escala en la capital. Previamente,
se había dispuesto el traspaso a Puerto Argentino de los tenientes Roberto
Címbaro, Eduardo Mario Tuñez y Abelardo Félix Alzogaray que hasta ese momento
se habían desempeñado como oficiales de Control Aéreo Adelantado, una unidad
subordinada al Componente Aéreo del Teatro de Operaciones Malvinas.
Por decisión del jefe del escuadrón, mayor Miguel Manuel
Navarro, se transfirieron a Puerto Argentino cuatro Pucará porque, según creía,
la Base Aérea “Cóndor” (Darwin/Prado del Ganso) era tan vulnerable como su par
de la isla Borbón y desde su punto de vista, la capital ofrecía mayores
seguridades.
La escuadrilla “Tigre” aguardaba
en la pista para despegar, los aviones partieron uno tras otro, con el capitán
Benítez en primer lugar (08.30). En ese preciso momento, el HMS “Ardent”
iniciaba el bombardeo sobre el sector, lo que impidió la salida de Brest, que
en el apresuramiento, hundió una de sus ruedas en un pozo y se clavó de nariz,
demorando la partida de la segunda sección.
Sacarlo de aquella trampa y correrlo de la pista llevó un
buen tiempo pero finalmente, Micheloud y Tomba pudieron decolar.
El capitán Benítez se dirigió directamente hacia el cerro
Bombilla y desde allí hasta el pico Alberdi, próximo a San Carlos, altura que
sobrepasó efectuando un rodeo por su lado izquierdo.
Voló por aproximadamente una hora sin encontrar nada pero al
girar hacia el oeste, vio el despliegue enemigo en la gran bahía y tropas que
avanzaban desde las playas hacia el interior, por lo que, sin pensarlo dos
veces, seleccionó un blanco y se lanzó al ataque.
En plena corrida de tiro, efectivos del Escuadrón D del
Regimiento 22 del SAS le dispararon dos misiles FIM-92A Stinger que impactaron
en su fuselaje. El piloto se dio cuenta que los mandos no le respondían y que
el avión comenzaba a caer en tirabuzón al tiempo que desprendía una columna de
humo de su motor derecho por lo que a los 300 pies de altura se eyectó.
Su paracaídas se abrió cuando el Pucará caía en picada y
mientras descendía lo vio estrellarse en Flat Shantly.
Ignorando lo que acababa de suceder con Benítez, Micheloud y
Tomba volaban hacia el cerro Bombilla donde esperaban detectar helicópteros
enemigos y tal vez, tropas. Sin embargo, al no encontrar nada, viraron hacia el
oeste, y se dirigieron a San Carlos donde el despliegue enemigo se presentó
ante ellos en toda su dimensión.
Los pilotos recibieron fuego de ametralladoras y dos misiles
que les pasaron cerca, pero siguieron adelante intentando ubicar a las tropas
que los atacaban. Mientras lo hacía, se les ordenó desde Prado del Ganso
dirigirse hacia el segundo objetivo: el puesto de observación que (con mucha
certeza) estaba dirigiendo el fuego naval.
Los pilotos viraron y se lanzaron hacia Lafonia, volando a
baja altura en dirección noroeste/sudeste mientras alistaban el armamento.
Media hora después alcanzaron Drone Hill, 10 millas al sudeste de Puerto
Darwin, donde a lo lejos divisaron una típica casa kelper de dos plantas,
techos rojos y paredes de madera.
Micheloud y Tomba apuntaron y dispararon al mismo tiempo.
Los misiles salieron como saetas de sus coheteras LAU-68 subalares y un segundo
después dieron en el blanco. El edificio estalló envuelto en llamas y una densa
columna de humo negro comenzó a elevarse desde sus ruinas.
Los aviones pasaron sobre los restos humeantes de la
vivienda y enseguida informaron a la base los resultados del ataque.
Se les ordenó volar hacia el sudoeste para hacer
reconocimiento de lo que parecía ser otro puesto de observación y en caso de
detectarlo, proceder a su destrucción y hacia allí enfilaron cuando el HMS
“Brilliant” los detectó y envió en su persecución a la patrulla de Sea Harrier
del Escuadrón 801 formada por los capitanes de corbeta Alidair Craig y Nigel
David "Sharkey" Ward, quién se haría tristemente famoso por el El
Derribo del Hércules TC-63.
Los argentinos volaban hacia el oeste cuando se percataron
de la presencia de la PAC.
Intentaron evadirla efectuando un brusco giro de 90º y
trataron de pegarse al suelo para evitar los disparos pero los versátiles cazas
británicos ganaron altura y volvieron a lanzarse sobre ellos, disparando en
primer término contra Micheloud.
Hostigado de cerca por Craig, el aviador argentino perdió
contacto con su compañero cuando se internaba en un profundo cañadón que le
permitió desprenderse de su perseguidor. El inglés tuvo que hacer un brusco
movimiento para no estrellarse contra los riscos y de ese modo los esquivó,
pasando por encima de ellos.
Mientras tanto, Ward iba detrás de Tomba que se retiraba
hacia el norte pegado al suelo.
El británico le disparó una primera ráfaga de 30 mm que
alcanzó al Pucará en varios sectores de su fuselaje, pero su increíble poder de
absorción le permitió seguir volando al tiempo que efectuaba maniobras
evasivas.
Ward, sorprendido, volvió a disparar impactando a Tomba por
segunda vez. Estaba seguro que con esa nueva descarga su enemigo se iba a
eyectar pero para su asombro, vio que persistía en su intento de preservar el
avión.
“Que singular personaje” pensó admirado mientras lo seguía.
Volvió a oprimir el disparador y una vez más sus cañones ADEN alcanzaron al
biplaza perforándole los motores y el tanque de combustible. Al piloto inglés,
aquella escena surrealista la pareció extraída una de las tantas películas de
la Segunda Guerra Mundial que había visto, más, cuando el tozudo aviador argentino
seguía aferrándose a los mandos.
Recién cuando su avión comenzó a incendiarse, después de una
cuarta ráfaga, Tomba comprendió que no había más nada que hacer e
imposibilitado de preservar su avión, tiró la palanca de su asiento y a solo
cinco metros del suelo, se eyectó.
"Vimos tres fragatas y nos empezaron a tirar. Ahí, el piloto de otro Pucará me dice: ¡guarda, los Harrier! Miro hacia arriba y veo dos encima nuestro. Estábamos a 30 ó 50 metros del suelo.
Comenzamos a desplegar
maniobras defensivas con círculos muy cerrados para no entrar en zona final de
tiro y siento una vibración. Noto que el plano (ala) izquierdo está desflorado.
Trato de pegarme al suelopero un tercer avión, que no vi, me descarga una
ráfaga. Se prende fuego un motor, el avión se descontrola y por puro instinto
me eyecto".
Mientras caía suspendido de su paracaídas, vio a su Pucará
estrellarse a escasos cien metros de su posición y convertirse en una bola de
fuego, pero impelido por las circunstancias no tuvo tiempo para lamentarse.
El valiente piloto descendía suavemente cuando los Sea
Harrier efectuaban un viraje para sobrevolar los restos calcinados del Pucará y
luego se alejaban.
Aterrizaron en el portaaviones cuarenta minutos después y
ante las requisitorias de sus superiores, Ward relató lo ocurrido. Muchos años
después confesaría que aquel hombre, aferrado a sus comandos, lo había
impresionado en extremo. “Eso es lo que yo llamo valor”.En su libro relata sus
experiencias de guerra, el piloto inglés apuntó: “Debe ser un sujeto muy bravo
porque él (refiriéndose a Tomba) todavía estaba tratando de evadir a nuestros
pilotos. Yo estaba maravillado de que el Pucará estuviera todavía volando
cuando inicié mi tercer raid. Vi pedazos de fuselaje, del ala, de la cabina. El
fuselaje se prendió fuego. Yo cesé de disparar en el último minuto, viré la
nariz (del Sea Harrier) y salí del espacio del objetivo. El piloto se había
eyectado”.
Ignorante de la admiración que había despertado en su
adversario, Tomba tocó tierra y sin perder un segundo, se arrojó al piso y se
quedó quieto, esperando que los cazas enemigos se retirasen. Los aparatos
pasaron dos veces sobre su cabeza y después se alejaron hacia el noreste, rumbo
a su portaaviones. Un silencio agobiante pareció envolver la región, solo
quebrado por el ruido del viento.
Confiando en que no hubiese enemigos cerca, Tomba se
incorporó y echó a andar hacia Prado del Ganso, un largo trecho de 20
kilómetros plagado de contratiempos y dificultades.
Caminó sobre la turba intentando no sucumbir al frío y al
cabo de siete horas llegó a una casa abandonada en medio de la nada. Comenzaba
a anochecer y estaba aterido de frío por lo que esas rústicas paredes de madera
le debieron parecer el mismísimo paraíso.
Con mucha cautela exploró los alrededores y con mayor
cuidado aún, abrió la puerta y se asomó al interior. No había nadie; todo
estaba obscuro así que una vez dentro, se sentó y esperó, convencido de que iba
a pasar ahí la noche.
Brigadier (re) VGM Carlos Tomba |
Al cabo de una hora dentro de aquella casa campesina, Tomba
sintió un ruido e impulsado como un rayo, salió al exterior para ver de qué se
trataba. Era un helicóptero por lo que, jugándose el todo por el todo, arrojó
una bengala y volvió a ingresar.
"Muerto de frío, anduve unos 20 kilómetros en 7 horas y
a eso de las 18 me refugié en una casilla abandonada de pastores de ovejas. Una
hora después escuché el zumbido de un helicóptero, tiré una bengala y volví a
esconderme, hasta que me rescataron: era un aparato argentino".
Para su fortuna era una aeronave argentina que minutos
después se posó en el lugar y lo condujo a Pradera del Ganso. Su odisea, había
finalizado, al menos por el momento.
El capitán Benítez, por su parte, había caído cerca del
cerro Alberdi. Una vez en tierra, se desprendió de su paracaídas, recogió el
equipo de supervivencia y corrió hacia una zanja distante a unos 50 metros en
la que se arrojó para ocultarse. Permaneció allí bastante tiempo porque en las
cimas de las montañas circundantes, a 1000 metros de distancia, tres británicos
observaban con sus binoculares hacia ese sector, estudiando detenidamente los
restos del Pucará que se consumían envueltos en llamas.
Finalmente, los ingleses se retiraron y entonces Benítez
inició una larga caminata hacia Prado del Ganso en la que vivió todo tipo de
peripecias. Cruzó ríos, arroyos y hasta un ruinoso puente sobre un torrente;
soportó fríos intensos, vientos y lloviznas, vio pasar helicópteros enemigos y
escuchó el lejano eco de los bombardeos. También distinguió aeronaves propias,
entre ellas un Chinook y un Bell 212 cuando volaban a la distancia, este último
a las 17.30 horas del día siguiente y alcanzó a ver pasar a las escuadrillas de
Daggers que atacaron a la flota e incluso, a la sección “Tigre” del mayor Tomba
y el teniente Micheloud, que no se percataron de su presencia.
Era de noche cuando llegó al pequeño caserío de Puerto
Darwin que en esos momentos se hallaba completamente a obscuras. Por esa razón,
prefirió seguir hasta Prado del Ganso donde al llegar, después de dar la
correspondiente contraseña e identificarse ante el personal del Regimiento de
Infantería 12, se hizo conducir hasta el puesto de comando.
Grande fue su alegría al encontrarse allí con el mayor
Tomba, con quien se confundió en un abrazo e intercambió relatos y vivencias.
Sus compañeros querían saber muchas cosas y por esa razón, le hicieron
infinidad de preguntas y luego lo llevaron al club social del poblado donde se
le sirvió alimento. Antes de retirarse a descansar, les relató a sus superiores
las experiencias que había vivido.
Aquel día Gran Bretaña y la Argentina sufrieron
considerables pérdidas. Según fuentes británicas, los pilotos argentinos habían
dado muestras de su tremendo coraje y voluntad de vencer en tanto sus oponentes
dejaron de manifiesto su elevado grado de profesionalidad y su determinación al
momento de llevar a cabo las misiones.
Inglaterra perdió en aquella jornada una fragata clase 21
(HMS “Ardent”), dos helicópteros Gazelle, entre seis y siete hombres y,
probablemente, un Sea Harrier que si no fue abatido, al menos sufrió averías.
Además, una segunda fragata había quedado fuera de combate (HMS “Argonaut”) y
otras embarcaciones habían sufrido daños de diferente consideración.
La guerra había adquirido proporciones considerables y
mantenía al mundo pendiente de ella.
Ese día los británicos dejaron de creer que la campaña iba a
ser un simple paseo y tomaron conciencia de su magnitud.
Que notable este relato y que tensión provoca al leerlo, calculo los momentos vividos de penurias y de desastre emocional por haber perdido el Avión, Dios mio que inmensa bravura hay que tener para soportarlo, me inclino ante ellos diciéndoles gracias por todo lo logrado en favor del pueblo argentino.-
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