El 1 de mayo de 1982 se produjo un encuentro dispar e
inesperado para los aviadores naval, que pilotaba aviones de entrenamiento T-34C1 Mentor apostados en la Base Aeronaval Calderón, en Isla Borbón, con los que prestaban a poyo aéreo a las
tropas terrestres en Malvinas. Uno de los aviadores aeronavales que protagonista de aquél encuentro fue el, por entonces, teniente de corbeta Daniel
G. Manzella.
VGM D.G. Manzella |
“El curso lo hice en un T-28, avión a pistón. Era
complicado, porque un avión de estas características tiene muchos más comandos
que un turbohélice. Este avión tenía un comando diferente para el acelerador,
el paso, la mezcla, el radiador, el flap de capot y el radiador de aceite,
todos elementos que había que corregir o verificar constantemente con las
variaciones de ascenso y descenso. En aviones más modernos, todo eso se reduce
a una sola palanca. Fuimos la última promoción que utilizó el T-28 para
instrucción. Justo ese año ingresaron los T-34 Turbo Mentor”, recuerda
Manzella.
La guerra golpeó a su puerta con la crisis con Chile, a
fines de 1978. Situación curiosa, aún no tenía su brevet de aviador naval, pero
fue asignado como navegador en vuelos de helicóptero en la zona donde se
desplegaban las unidades argentinas. Manzella relata: “Yo tenía 22 años, y
vivía esa situación con una mezcla de temor y ansiedad. Años después, en
Malvinas, llegué con mucho más adiestramiento y preparación, que es fundamental
para darle a uno más seguridad, sabiendo hasta dónde se puede llegar y hasta
dónde no. En el caso de Chile, era una situación un tanto incómoda, porque además
de tener poca experiencia, al ir como navegante uno no domina personalmente las
acciones, sino que depende de otro. Afortunadamente, fue poco tiempo, y la
crisis se resolvió pacíficamente”.
Dentro de la Aviación Naval, Manzella sentía un especial
interés por la especialidad de caza y ataque. Las primeras horas de vuelo, sin
embargo, fueron en una escuadrilla de propósitos generales en Trelew, con
aviones de sostén logístico: C-45, Porter y Tracker. En 1981 volvió a Punta
Indio, esta vez como instructor en la Escuela de Aviación. El ritmo de vuelo
era muy intenso, y las horas se multiplicaban de a cientos.
2 de abril de 1982.
“En el ’82 yo vivía en la base. Tenía 25 años, y era
Teniente de Corbeta en el tercer año. El 2 de abril nos despertamos y
escuchamos la noticia por la radio. Nadie en la dotación sabía nada al
respecto. A partir de ese momento, vivimos una situación vertiginosa. Todos
queríamos ir, con mucho entusiasmo”, explica.
La decisión de destacar aeronaves como los T-34 al Teatro de
Operaciones del Atlántico Sur obedeció a su capacidad de operaciones desde
pistas rudimentarias, no asfaltadas, para cumplir misiones de apoyo aéreo. La
única pista importante de las islas era la de Puerto Argentino. En el
despliegue sobre la geografía insular, la Fuerza Aérea se instaló en la zona de
Pradera del Ganso (cuyas instalaciones fueron bautizadas como Base Aérea
Militar Cóndor), y la Armada hizo lo propio en la isla Borbón, al norte de la
isla Gran Malvina. Allí se creó la Estación Aeronaval Bahía Elefante, más
conocida luego como Estación Calderón, o simplemente como Borbón. La dotación
aérea de la Armada fue de cuatro Turbo Mentor: 401, 408, 411 y 412.
La capacidad armada que tenían los T-34 era de tres
coheteras (con siete proyectiles cada uno) y dos ametralladoras calibre 7.62
mm.
Sigue Manzella: “El despliegue a las islas fue progresivo.
Primero fueron los Macchi, y casi en simultáneo fue la escuadrilla de
reconocimiento, de B-200. Por último se decidió que la Escuela de Aviación
participara con cuatro T-34, en apoyo de operaciones de infantería de marina.
Yo crucé a las islas el 29 de abril, saliendo de Río Grande.
Fue un vuelo bastante complicado, en donde si había dificultades para aterrizar
(ya fuera en Borbón como en Puerto Argentino) no podíamos volver al continente.
En la planificación previmos una meteorología aceptable, que se cumplió
parcialmente. Todo el trayecto sobre el agua lo hicimos sobre capa de nubes. Ya
sobre las islas se aclaró. La navegación del vuelo la hizo un B-200, ya que
nuestros instrumentos podían darnos un error importante.
1º de mayo, día de bandidos
- ¿Cómo fue el bautismo de fuego?
- El 1º de mayo amanecimos temprano, a eso de las 6 y media
de la mañana. A las 9, aproximadamente, nos ordenaron desde Puerto Argentino
despegar para interceptar un helicóptero que presumiblemente desembarcaba
tropas inglesas en las proximidades de la capital. Salimos tres aeronaves, y yo
era el número 2. Los aviones salieron pesados, cargados con ametralladoras y
coheteras. El despegue fue utilizando toda la pista, sin que sobrara nada.
Despegamos de Borbón, seguimos la línea de la costa hasta
Puerto Argentino y comenzamos un patrullaje un poco al noroeste de la ciudad,
durante unos 20 minutos. En ese momento, yo observé un helicóptero de color
claro, que no respondía a las características de los helicópteros propios. Le
indiqué al líder que había visto el helicóptero, se lo marqué y lo detectó
(siempre visualmente). Ordenó adoptar formación de ataque, y aceleramos. Casi
instantáneamente después, el número 3 (el entonces Teniente Uberti) nos dice:
“¡Lobos a las seis!”.
La formación de ataque es una especie de triángulo levemente
desfasado, con el líder adelante y los dos numerales atrás. Uberti, que venía
atrás nuestro, vió dos Harrier que nos estaban atacando. Yo rompí por derecha,
y al mismo tiempo sentí los disparos de cañones de 30 milímetros de los Harrier
que pasaban a muy poca distancia.
- ¿Se podían escuchar los disparos?
- Hasta ese momento, en realidad, yo no sabía que se
escuchaban. Y a tan poca distancia, además, un avión tan chiquito como el Turbo
Mentor tiembla. A tal punto que dije: “Me dieron”.
Luego de romper, miré hacia mi izquierda, y ahí ví al
Harrier subiendo. Puse la proa de mi avión para perseguirlo, pero en un punto
el Harrier –utilizando sus toberas de orientación de flujo- logró ponerse
frente a frente conmigo. Nos cruzamos, yo subiendo y él bajando, sin tirarnos.
Cuando estaba en el pico de una nueva tijera, ví a unos metros de altura una
nube cumulus que parecía un buen lugar en donde enmascararme. Nos volvimos a
cruzar, esta vez en un plano un poco más horizontal, y entré a la nube. El me
perdió, y me quedé volando ahí dentro. En un momento me fijé y ví la sombre del
Harrier que estaba también dentro de la nube. Salí de allí, y ví al otro T-34
con el otro Harrier haciendo exactamente lo mismo que nosotros, en otro cumulus
cercano.
- ¿Tenía algún sentido que el Mentor tratara de responder al
ataque?
- No, para nada. Además, no podíamos responder. Luego del
primer cruce, el líder ordenó eyectar cargas. El avión no es de combate aéreo,
y no está preparado para llevar tanto peso bajo las alas. Con todo ese peso,
vuela al borde de la pérdida, porque además le cambia la forma del ala. Puede
servir para atacar un helicóptero, o un grupo de infantería en tierra. Pero no
para maniobrar contra otro avión, y mucho menos contra uno de semejante
diferencia de performance como el Sea Harrier. Entonces no había otra opción
que tirar las cargas para tratar que el avión volara un poco más.
Al eyectar las cargas, nos quedamos desarmados en cuanto a
armamentos, pero armados en lo que se refiere a capacidad de maniobra. Nuestra
posibilidad de supervivencia era mucho mayor basándonos en la maniobrabilidad
del avión ligero, que apostando a los disparos de una mini gun de 7.62 mm.
- ¿Había comunicación entre ustedes?
- Muy poca. El tercer Mentor se había planchado a la
superficie y fue a Borbón. Los ingleses ni se enteraron que estaba. Con el
líder nos comunicábamos para informarnos dónde estaba cada uno.
En general, se habla entre pilotos durante un combate cuando
se quiere coordinar una maniobra de ataque. En este caso, eran movimientos
absolutamente defensivos, individuales. Además, los cuatro aviones eran de
performance totalmente desigual. Ante esta situación, cada Harrier atacó a un
Mentor. Supongo que ellos tal vez se comunicaban entre sí para no superponerse
y hasta para evitar chocarse.
- De alguna forma rememoraron un combate aéreo de la Segunda
Guerra Mundial.
- Más o menos. Eran performance de la Segunda Guerra (los
Mentor) contra performance de finales del siglo XX. Los Harrier tienen sistema
de telemetría, misiles, cañones automáticos. Hay que reconocer, igualmente, que
esa diferencia los complicaba también a ellos. Nuestras maniobras eran más
rápidas, en espacios reducidos. Un avión a reacción requiere mucho más espacio
para maniobrar. De alguna manera, una vez lograda la posición de ventaja era
más fácil para ellos derribar un Mirage o un A-4 que un Mentor.
- ¿Podrían los Harrier haber disparado un misil?
- Creo que evaluaron que eran blancos no rentables para un
misil. Además, un turbohélice como este genera una firma infrarroja más chica
que un reactor. En una carta que me mandó el piloto posteriormente, me dijo que
en realidad ellos se sorprendieron de encontrarnos. Esperaban, como mínimo, un
Macchi, no dos T-34.
- ¿Cómo se resolvió la escaramuza?
- Estábamos en dos nubes distintas, en parejas de Harrier –
T34, sin coordinación entre todos. En un momento dejé de ver la sombra de mi
oponente, salí de la nube, me planché y volví a Borbón. Por suerte, el Harrier
no me vió y pude aterrizar sano y salvo. El líder ya había hecho lo mismo que
yo, pero antes. Lo mío fue bastante más largo, al punto que en la base pensaron
que me habían derribado. Todo el combate habrá durado no más de cinco minutos,
que parecieron una eternidad.
Entre el lugar del combate y la Base habría unos 20 minutos
de vuelo, que también parecieron horas. Cuando aterricé me di cuenta de lo que
había vivido. La adrenalina y el entrenamiento lo llevan a uno a pensar y
actuar a una velocidad tremenda. Es increíble.
En tierra me estaban esperando todos, y nos abrazamos
festejando que estábamos vivos. Incluso abrimos una botella de whisky que
alguien había llevado. Terminado todo eso, volvimos a nuestra rutina para la
próxima misión.
- ¿Usted es creyente?
- Sí, y la fe –sea de la religión que sea- ayuda mucho en
momentos como ese.
- ¿Cómo terminó el día?
- Si bien nosotros no salimos a volar nuevamente, hacia el
final del día se eyectó en la zona el Primer Teniente Perona. Lo fue a buscar
un helicóptero y lo trajo a la base. Estaba muy dolorido, y los primeros
auxilios se los dió un conscripto de Infantería de Marina que estudiaba
medicina.
Para nosotros, además, ese día fue el último en el que
tuvimos cruces con el enemigo en el aire. Hubo algunas salidas de reconocimiento,
pero combates aire-aire no volvimos a tener. Las lluvias entre el 7 y el 10 de
mayo dejaron la pista prácticamente inoperativa.
El 1º de mayo, además de ese combate, trajo otras novedades
a la base. A la mañana aterrizaron dos Pucará de la Fuerza Aérea. Uno de ellos,
merced a una falla en el tren de aterrizaje, no volvió a despegar. A la tarde,
otros seis IA-58 se sumaron a los que ya estaban.
Al día siguiente, un B-200 (matrícula 4-G-45) trasladó a Perona al continente. Entre el 2 y el 14 de mayo se realizaron varias operaciones, tanto salidas de los T-34 (que no registraron novedades) como aterrizajes de Pucará. Las condiciones meteorológicas no ayudaban, y la pista se fue deteriorando, al punto de quedar inutilizable, y con varios aviones dañados por “clavarse” en la tierra.
No conocía esta historia, gracias por compartir.
ResponderBorrarMuy emocionante esta historia, no la conocía. ¡Viva la Patria y nuestros héroes!! Malvinas volveremos!!
ResponderBorrarLa.verdad emocionante.... Gracias héroes por haber dado todo en Malvinas
ResponderBorrarNo me quiero imaginar la cara de los pilotos inglesescuando
ResponderBorrarse encontraron con ustedes
Emociona estas historias de nuestros héroes
ResponderBorrarGracias..x brindarnos tanto...y sentirnos orgullosos...VIVA LA PATRIA..!!!!....
ResponderBorrarGracias!!!! Viva La Patria ...
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