El ataque de la sección ¨Chispa¨ a buques logísticos británicos sobre
el estrecho de San Carlos
Luego de estar casi tres semanas en la base de Río Gallegos
la ansiedad crecía y casi no dormían. Hasta que el 24 de mayo de 1982, mientras
compartían unos mates con sus compañeros en la sala de pilotos, llegó la
ansiada y temida orden: atacar objetivos navales en la Bahía de San Carlos.
Era una prueba de fuego para, el número de pilotos de los A4-B
Skyhawk, que aún no habían llegado a entrar en combate, y
menos haber atacado a algún un buque, debido a que
fueron entrenados contra objetivos terrestres. Cervera tenía en ese momento 28
años y el grado de teniente y jefe de sección.
Antes de subir al avión se puso el equipo de supervivencia,
aunque en su cabeza no cabía la posibilidad de eyectarse. “Antes prefería
explotar en el aire”, aseguró.
Luego se despidió de su hermano, el primer teniente Blas
Ignacio Cervera, quien cumplió tareas en el radar móvil instalado en la zona.
“En realidad, yo no sé dónde se sufre más, si arriba de un avión, atacando la
flota, o esperando el regreso de un hermano con la impotencia propia del que
está sentado frente a una pantalla de radar”, admitió.
La escuadrilla despegó a las 9.10, desde Río Gallegos, en
busca del avión Hércules para reabastecerse en el aire.
Durante ese tiempo pensó en sus padres y en sus hermanos y
en su Tucumán querido. Cuando llegó al Hércules, cargó combustible, conectó el
panel de armamento y bajó para seguir el trayecto a ras del agua.
El jefe de la escuadrilla “Chispa”, el primer teniente Oscar
Berrier, descargó una única bomba de 500 kilos y debió regresar a la base.
Cervera, inesperadamente, tuvo que asumir como jefe de
escuadrilla y se ubicó detrás de la escuadrilla “Nene”, comandando por el mayor
Manuel Mariel.
Sorpresa en la bahía
Cuando llegaron al archipiélago -recordó- todos iban en
silencio hasta que el mayor Mariel, luego de subir una empinada lomada, dijo:
“¡ahí están!” y luego se perdió. “Cuando alcancé la cima de la loma vi entre 12
y 15 buques y pensé: Dios, de aquí no sale nadie”, confesó con el mismo asombro
del aquel día.
“El Tucu” precisó que en ese momento perdió de vista a sus
compañeros; aceleró y se lanzó, rasante sobre el agua, como un halcón, mientras
los ingleses respondieron disparando con misiles y cañones antiaéreos.
Entre tantas embarcaciones decidió apuntarle al “grandote”.
Su objetivo habría sido el Sir Lancelot o el Sir Tristam, dos naves de
desembarco.
“Boom, boom, boom, era lo único que escuchaba”, recordó
Cervera. Le dispararon sin cesar, pero no lograron alcanzarlo porque venía
rasante a la altura del casco.
Sir Lancelot |
“El Tucu” siguió su relato, mientras sus manos tomaron un
palanca imaginaria e inclinó su cuerpo como si estuviera de nuevo viviendo esos
segundos interminables.
“Yo sólo estaba ciego en mi objetivo y cada vez me pegaba
más al agua, a 1.000 kilómetros por hora”, añadió.
En ese momento, otro avión se le cruzó al frente y casi
chocan. “Cuando llegué al buque, vi que tenía aberturas y pensé que estaba
roto. Hasta que estuve más cerca y me di cuenta que así era su diseño”, contó.
“Vi la cubierta encima mío y en ese momento tomé altura y
disparé la bomba. Y le entré seguro”, afirmó, mientras con un paquete de
cigarrillos y un encendedor representaba la riesgosa maniobra que había
realizado para hacer blanco.
Se enteró después que la bomba no explotó, debido a que
necesitó más tiempo para detonar, antes de hacer impacto.
Informes de la Fuerza Aérea Argentina, determinó que el
artefacto perforó la nave y quedó en la sala de máquinas. El barco terminó
varado, debió ser evacuado y los ingleses perdieron el equipo embarcado.
Las malvinas siempre serán argentinas un genio
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