lunes, 8 de septiembre de 2014

A 50 años del primer vuelo a las Islas Malvinas

A 50 años del primer vuelo a las Islas Malvinas realizado por Miguel Fitzgerald

Un 8 de setiembre hace medio siglo el piloto Miguel Fitzgerald se convirtió en el primer aviador argentino en volar a las Malvinas y lo hizo en un pequeño aparato para hacer entrega de una bandera argentina y proclama a los Isleños.

Era el 8 de septiembre de 1964 y ese mismo día cumplía 38 años de edad y aseguraba la proeza, con el pequeño avión Cessna 185, motor de 260 HP, matrícula civil LV-HUA, al que él bautizo “Luis Vernet”.
La fecha en que se llevaría a cabo la hazaña no era un dato menor. Allá por 1964 las Naciones Unidas se aprestaban para una sesión especial sobre descolonización de territorios en América, en la que se discutiría, el 8 de septiembre, la situación de las Islas Malvinas.

Miguel Fitzgerald
En los hangares del continente en las charlas entre pilotos, aparecía y reaparecía el sueño de cruzar a las islas Malvinas y plantar la bandera Argentina.

Fitzgerald decidió que lo haría y a través de un amigo suyo que trabajaba en el diario La Razón averiguó si les interesaba la cobertura periodística y a él a su vez le interesaba la difusión, para protegerse, porque podía ser sancionado por la Fuerza Aérea con una suspensión severa.

Al editor del diario, no le interesó la propuesta y como acababa de salir el diario Crónica, su joven director se entusiasmo con la misma. Le ofreció el avión, el combustible, los gastos, si viajaba con él un fotógrafo del diario, pero ese viaje Fitzgerald lo quería solo para él, solamente requería un Avión Cessna 182 similar al que utilizó y que le hicieran, para cubrirse, una nota cuando volviera.

Esto no prosperó y el Cessna se lo prestó finalmente Siro Alberto Comi, Presidente del Aeroclub de Monte Grande, que era representante de esa marca de aviones.

Fue redactada la proclama que reivindicaba a las Islas como argentinas y Fitzgerald partió al sur, rumbo a Río Gallegos, a cumplir con su hazaña personal.

Decía que cuando uno está volando y está haciendo algo arriesgado, no piensa en nada más que en eso, está concentrado en lo que está haciendo, manifestaba que para él era así, porque es muy cerebral, como si haber hecho lo que él hizo no exigiera al menos un impulso fenomenal.

La pista de despegue fue la del Aeroclub de Río Gallegos, que no tenía torre de control monitoreada por Fuerza Aérea. Voló mar adentro y a las tres horas y quince minutos estuvo en contacto visual con el archipiélago.

Desde arriba veía un rectángulo como de cientos de islas e islotes, pero cuando sobrevoló el archipiélago, una capa muy densa de nubes le impide ver y no podía descender entre las mismas, porque en alguna parte se sabía que había un cerro de seiscientos metros de altura, entonces esperó un claro y cuando lo vio inició el descenso hacia debajo de la capa de nubes e identificó Puerto Stanley, visualizando la pista de cuadreras, donde aterrizó normalmente.

Se bajó del avión y colgó la bandera argentina en el enrejado de la cancha; se le acercó un hombre de los que se habían juntado a ver el aterrizaje, quien le pregunto si necesitaba combustible; porque no se le había ocurrido que era argentino.



Entonces le entrega la proclama escrita en español y le dijo: “Tome, entréguele esto a su gobernador”; se subió al avión y despegó normalmente volviendo a Río Gallegos, todo esto llevó unos quince minutos.“
El 8 de septiembre de 1964, con su pequeño avión Cessna, Fitzgerald voló hacia las islas Malvinas y aterrizó en la pista del hipódromo de Puerto Argentino. Enarboló una bandera argentina, y exigió infructuosamente ser recibido por el gobernador (ilegitimo) británico de los kelpers, para reclamarle por la soberanía argentina sobre el archipiélago. Luego emitió una protesta y regresó al continente.

Fitzgerald: Yo traté, y lo logré, de que mi vuelo a las Malvinas coincidiera con esa reunión, y de asegurar la difusión del hecho como una noticia que ocupara una porción importante de los medios de comunicación.

Fitzgerald narró así su aventura:

Varias veces hube de desistir de mi intento de volar hasta las Malvinas por diversas circunstancias. Si hubiera anunciado mi intención, declarándola en la hoja de vuelo, no habría sido autorizado a salir. El mismo día que cumplí los treinta y nueve años besé a mi mujer y a mis hijos me encaminé hacia el avión «Cessna 185», cuyos asientos habían sido sustituidos por tanques de combustible y en el que había un equipo de radio y un teléfono. Con provisiones de chocolate y café levanté vuelo hacia Río Gallegos, capital de la provincia de Santa Cruz, siguiendo en seguida y en línea recta hacia el archipiélago malvino, que se halla a quinientos cincuenta kilómetros.

Navegando entre nubes, advertí algunos claros que me permitieron fijar la situación de las islas, orientándome entre la isla Gran Malvina y la isla Soledad cuando vi el canal de San Carlos. La bandera británica ondeaba sobre la residencia del gobernador, mostrándome la dirección de los vientos, cosa que aproveché para aterrizar, después de describir varios círculos sobre la población. Tomé tierra en un campo de carreras de caballos...

Inmediatamente icé la bandera argentina en un poste. Llegaron cinco personas que me preguntaron en inglés si deseaba o necesitaba algo. Les dije que solo queda entregarles un pliego que llevaba destinado al representante del gobierno británico en el archipiélago. Así lo hice. Diez minutos después levanté nuevamente el vuelo para dirigirme a Río Gallegos. Estaba cumplido mi anhelo. Mi vuelo había sido registrado por Gran Bretaña. Si así no hubiera sido, habría tenido que repetirlo, no por animosidad contra el país ocupante sino en defensa de lo argentino. Por otra parte, todo lo tenía previsto; hasta que me hubiesen arrestado. Para esa coyuntura también tenía un plan de fuga en la misma avioneta. Olvidaba decir que el episodio había tenido un curioso prefacio: horas antes de emprender el vuelo, los habitantes de las Malvinas habían escuchado por las principales radioemisoras de Buenos Aires un mensaje que decía:

«Isleños: no se asusten. No les haremos daño. Nuestras fuerzas llegan a la una de la tarde.»

Exactamente a esa hora yo aterrizaba entre ellos.


A su regreso, Fitzgerald fue recibido por una multitud que se había reunido en el aeródromo metropolitano, que lo saludó como a un héroe. Fue sancionado por la Fuerza Aérea Argentina, pero ante las masivas expresiones de apoyo al piloto, el presidente Arturo Illia decidió anular el castigo.

Protestas británicas

El primer viaje de Fitzgerald causó una protesta del Reino Unido en la ONU, que fue rechazada tajantemente por el gobierno argentino, alegando que no estaba involucrado en el hecho. Como consecuencia, Londres decidió destacar en las islas un contingente permanente de Marines Reales.

Segundo viaje

Cuatro años después, el 27 de noviembre de 1968, Fitzgerald realizó un segundo viaje a las islas, esta vez al mando de un avión bimotor propiedad del diario Crónica, en el que también viajaban Héctor Ricardo García, director del citado matutino, y uno de sus periodistas, Juan Carlos Navas. Esta vez la pista del hipódromo había sido obstruida, por lo que se vio obligado a tomar tierra en un camino, lo que produjo la rotura de una hélice.

Fueron detenidos minutos más tarde por un oficial inglés, luego de lo cual fueron declarados "inmigrantes ilegales", por lo que pasaron 48 horas detenidos. Luego fueron subidos a un avión con destino a Río Gallegos, en el que también viajaba el canciller británico, de visita en las islas.

A la memoria de Miguel Fitzgerald

Don Miguel Fitzgerald falleció el 25 de noviembre de 2010, este precursor aeronáutico argentino hizo patria en nuestro territorio de Islas Malvinas, y dejó otro hito imborrable en la historia de Malvinas.

El Cessna de la hazaña

El avión Cessna LV-HUA con el que Miguel FitzGerald realizarà su recordada hazaña se expone en el Museo de las Malvinas junto con  un corto animado, cuyo guiòn relata un preciso resumen del vuelo.


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