El brigadier (R) VGM Carlos A. Tomba se mantuvo en vuelo hasta último momento en su Pucará mientras era atacado por el enemigo.
Carlos Tomba era mayor de la Fuerza Aérea y fue a Malvinas a
solucionar un tema tecnológico. Decidió quedarse y combatir. En una misión lo
derribó un Sea Harrier inglés, pero salvó milagrosamente su vida.
Su voz alta y caudalosa no deja escapar las emociones que
uno puede imaginar intensas cuando lo que recuerda es un dramático combate
aéreo, del cual fue principal protagonista. Pero el brigadier Carlos Antonio
Tomba le pone a su relato un tono de pareja serenidad, minucioso y
metódico, y así cuenta todo, incluida su opinión de que la guerra por las Islas
Malvinas "fue un error político" de la dictadura militar.
Tomba era mayor de la Fuerza Aérea Argentina cuando llegó a
las Malvinas —como voluntario— para solucionar problemas electrónicos en los
aviones Pucará. Y se quedó para combatir, hasta que fue derribado por un Sea
Harrier inglés. "Siento los impactos, me quedo sin comando del avión y me
eyecto a 5 metros del suelo", nos dice al mirar la foto de los restos de
su máquina, tomada 25 años después, en la tundra de
Goose Green (Ganso Verde).
El piloto clava la vista en la foto, se acerca y se aleja de
la imagen, mira los detalles en silencio y finalmente asiente con un "sí,
es el Alfa 511", matrícula del IA58 Pucará que conducía. Agrega:
"fueron apenas segundos en los que pude estallar y morir, pero se ve que
Dios no lo quiso".
Tomba está retirado de la Fuerza Aérea Argentina y trabaja
en una compañía que mide parámetros de calidad empresaria. Hasta hace poco se
desempeñó como gerente de Aeropuertos 2000 en la aeroestación El Plumerillo, de
Mendoza. Está casado y tiene 3 hijos y 5 nietos. Asegura que es mendocino de
"pura cepa" porque su bisabuelo, el italiano Antonio Tomba, fundó en
1895 la bodega que lleva su nombre. Y tampoco disimula su orgullo por el origen
familiar del club de fútbol Godoy Cruz Antonio Tomba.
"El 22 de abril de 1982 estaba en el segundo año del
curso superior de la Escuela de Guerra, cuando me enviaron a las Malvinas
porque la salinidad del viento impedía los contactos electrónicos de los Pucará
y tampoco se podían lanzar los cohetes ni las bombas", señala.
Las dificultades tecnológicas pudo superarlas en 4 días,
pero en vez de retornar al continente, decidió quedarse para pelear. Su destino
fue Goose Green, en la Gran Malvina, donde se improvisó una de las bases, con
14 Pucará. Otros 10 estaban en Puerto Argentino.
Tomba hace un repaso del lugar: había un caserío ocupado por
kelpers británicos y una escuela, que los pilotos argentinos tomaron como
vivienda. La pista fue trazada en un potrero, de unos 400 metros de largo por
60 de ancho. "La hicimos sobre un colchón de turba y los aviones al
comienzo se enterraban, por lo que resolvimos salir con menos combustible para
poder llevar más explosivos, hasta que fuimos ocupando las mismas huellas para
superar la resistencia del piso", apunta.
La misión de estos biturbo con hélices, de fabricación
nacional y montados con motores franceses, era la de "barrer" las
Islas a baja altura para complicar las operaciones de los helicópteros
enemigos. "Es un aparato muy maniobrable, puede transportar hasta 1.500
kilos y desarrollar velocidades de hasta 600 kilómetros por hora", recalca
Tomba.
El primero de mayo ocurrió el primer ataque aéreo británico.
Tomba revive esos momentos con precisión: "En ese avance nos lanzaron
bombas beluga, que dispersan mucha munición, y mataron a un piloto de apellido
Jukic, que estaba en la cabina del avión, listo para salir, y a 12 suboficiales
mecánicos".
La vida en Malvinas era dura por el frío, la humedad
persistente, el terreno blando y la niebla, que limitaban algunas operaciones.
Refiere que una vez salió con un compañero para vigilar el estrecho de San
Carlos y que al volver, un grupo comando que había desembarcado, les lanzó un
misil que pasó entre los aviones, sin tocarlos. En otra salida, atacaron a otro
grupo inglés, enmascarado en un pozo. "Los barrimos, no quedó nada",
asegura.
El 21 de Mayo, día del desembarco masivo de los británicos
en San Carlos, partieron 4 Pucará hacia el estrecho, alertados por el radar
sobre movimientos en el agua. Se dividieron en dos grupos. Eran las 10.30.
Tomba sigue con su relato: "Vimos tres fragatas y nos empezaron a tirar.
Ahí, el piloto de otro Pucará me dice: ¡guarda, los Harrier! Miro hacia arriba
y veo dos encima nuestro. Estábamos a 30 ó 50 metros del suelo. Comenzamos a
desplegar maniobras defensivas con círculos muy cerrados para no entrar en zona
final de tiro y siento una vibración. Noto que el plano (ala) izquierdo está
desflorado. Trato de pegarme al suelo pero un tercer avión, que no vi, me
descarga una ráfaga. Se prende fuego un motor, el avión se descontrola y por
puro instinto me eyecto".
Salió disparado 90 metros hacia arriba. Cayó a 100 metros
del avión, que en esos momentos explotaba, envuelto en llamas. Se quedó inmóvil
para evitar ser blanco de la metralla del Harrier, que sobrevoló el lugar un
par de veces. Luego el avión británico desapareció. Tomba salió ileso. Eran las
11.15 cuando inició la marcha a pie hacia la base, en medio de la soledad y el
silencio de los vecinos de Goose Green.
"Muerto de frío, anduve unos 20 kilómetros en 7 horas y
a eso de las 18 me refugié en una casilla abandonada de pastores de ovejas. Una
hora después escuché el zumbido de un helicóptero, tiré una bengala y volví a
esconderme, hasta que me rescataron: era un aparato argentino", nos dice.
Había sido su sexta y última misión en la guerra del
Atlántico Sur. Desde entonces, trabajó en la base, soportando el ataque diario
de los aviones y de la flota inglesa. Hace notar que el bombardeo era muy
preciso porque, lo supo luego, en el pueblo los ingleses "habían
infiltrado un equipo de comunicaciones con el cual pasaban las coordenadas de
nuestra posición". Sin embargo, reconoce que "desde el punto de vista
profesional, el enemigo era digno de admiración".
Fue detenido el 26 de mayo, cuando los ingleses tomaron la
base de Goose Green, defendida por el Ejército. Asegura que estuvo 10 días
junto a otros 12 argentinos en una habitación, "durmiendo en el suelo, sin
ropa de abrigo, sólo con agua y una lata de paté diario". Y nos muestra un
dibujo al lápiz realizado por un compañero de cautiverio, en el que están
todos, con el sugestivo título "Los 12 del Patíbulo", parodiando una
famosa película.
Casco de vuelo del entonces mayor Tomba |
En Malvinas, la Fuerza Aérea Argentina perdió 75 aviones y
55 hombres. Tomba reconoce que la decisión política de retomar las Malvinas
"fue un error". Dice no compartir aquella decisión, que "no se
debió a una sola razón". Pero menciona la que para él es la más importante:
las Fuerzas Armadas no estaban preparadas para una guerra de este tipo y por lo
tanto se convirtió "en un absoluto despropósito".
El noble Pucará, que voló el VGM mayor Tomba descansa en nuestro suelo de Malvinas |
Ala del IA-511 del entonces mayor VGM Carlos A. Tomba |
Tomba sostiene que el combate, su incursión por la guerra,
no le dejaron secuelas psicológicas, aunque su vida se dividió "en un
antes y un después" de Malvinas. "Gracias a Dios, llevo una vida
normal, en familia, con aquel recuerdo que es también una marca para
siempre", resalta.
Pero una y otra vez insiste en que tiene una deuda
pendiente: volver a las Islas para rendir homenaje a sus camaradas y amigos que
allí quedaron. Lo dice con el mismo tono inalterable de su voz, con una medida
emoción, serenamente.
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